Sentada en un recital de poesía con motivo del aniversario de la llegada del Sinaia al puerto de Veracruz, tengo a la hija de Manuel Tagüeña delante, a la nieta de Lluís Companys detrás y al nieto del portavoz del gobierno de Juan Negrín a la derecha. Y no hay presunción ni rimbombancia, tipo "mi abuelo era capitán del ejército republicano y socialista y lo fusilaron en la guerra civil" (relean los nombres). Todos se conocen entre sí. Luego comerán y beberán en los portales del zócalo al ritmo caótico de marimbas, mariachis y tríos jarochos. Quiero decir que todo es sincero y natural como sentarse a la mesa con tu madre. "Memoria histórica" no es una expresión que ellos hayan inventado (entre otras cosas, porque no es histórico algo que está vivo y coleando), y me temo que el gobierno que ideó esa ley sabe muy poco acerca de sus peripecias familiares. Todos los españoles, en general, sabemos muy poco. Y sin embargo ellos lo saben todo de nosotros, desde el 14 de abril de 1931 hasta las últimas elecciones al parlamento europeo. Algunos, con una lucidez y una mesura que casi siempre nos falta. Uno habla de la transición como la "restauración del espíritu de la República", el bisnieto de Companys es antinacionalista, el nieto de Vázquez Ocaña se toma un güisqui riéndose de su tío anarquista.
Pueden cantar el himno de Riego enterito, muchos creían de pequeños que la bandera republicana era la de su colegio y recitan de memoria "España que perdimos, no nos pierdas; guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga, que un día volveremos, más veloces, sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta".
En fin, creo que España los perdió. Y desde luego, ellos no volvieron.
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