Obama es presidente, pero por aquí no hay muchos motivos de alegría.
Hace tres horas se estrelló en plena ciudad (Periférico y Reforma) el avión ligero en el que iba el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. Por su cartera, es nuestro Rubalcaba; por sus funciones, el político más importante después del presidente de la República. Puesto que se encarga de la lucha contra el narcotráfico, es inevitable que todo el mundo esté desconfiando de la versión que se tienen de los hechos hasta ahora: "es un accidente".
Y todo el mundo incluye al presidente, Felipe Calderón, de cuyo pésame público destacan algunos detalles:
1. Su hincapié en la lucha contra el crimen que ha llevado a cabo Mouriño.
2. Sus ánimos a la población de no desfallecer ante las eventualidades y el llamado a su gabinete a "redoblar esfuerzos" en la lucha por un país mejor.
3. La ausencia de la palabra "accidente".
Sea como fuere, ha muerto un hombre joven (37 años), con mujer y tres hijos pequeños, que desempeñaba quizá el trabajo más difícil en este país. Sólo eso empaña la victoria del resplandeciente (y necesario) Barack Obama. La sospecha de terrorismo alarga aún más la sombra de los pensamientos.
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