viernes, 24 de junio de 2011

el secreto en los tiempos del tuit

Esto es como cuando te encontrabas a aquel por las calles de Coyoacán y te contaba el cuento de la semana. O al otro en una cantina, que cómo le dieron el premio a ese tal. O al de más allá, también mexicano, en un restaurante ¡de Madrid!: no saben la que está embarazada ni de quién. Ahora un amigo te cuenta un secreto y a la media hora lo ves retuiteado, que es como si te lo cuenta también el primo del hermano del amigo del protagonista de la historia. A ti y a doscientos más. Y eso cuando no es el mero mero el que sale del armario, como Jorge Volpi hoy, que al final no se va a Roma.

La habilidad chilanga para el chisme multiplicada por ciento cuarenta caracteres. Un día se va a liar porque alguien vea sus cuernos en un tuit; no podrá decir entonces, claro, que es el último en enterarse...



jueves, 23 de junio de 2011

Luigi's

Yo no sé en qué momento ni por qué dejé de ir a Casa d'Italia, que en mi tierra se le llamaría anca Luigi si es que hubiera un buen restaurante italiano, y que me descubrió Hernán Bravo Varela, imitador insuperable de Sinatra, Raphael y Paquita la del Barrio. Hoy, con Daniel y mi adorada Valentina, pappardelle del día con setas y trufa blanca.

En fin, que presa de mi estatus, ando como la cursi de Amélie Poulain, buscando el placer en sitios peregrinos...

martes, 21 de junio de 2011

himno para los 33



(el optimismo, siempre atemperado...)

lunes, 20 de junio de 2011

el runrún

Ordaz publicó ayer un gran reportaje que pone cara a algunos de los mexicanos más valientes. En él oigo un runrún que oigo en muchas otras partes, difícil de sentir si uno se entretiene en las grandes palabras (heroico, guerra, el mal). El runrún, en esta historia, por ejemplo:

"Marisela, como otras muchas de las más de 500 madres cuyas hijas han sido asesinadas en la ciudad norteña, emprendió la búsqueda del asesino de su hija. Un año después, y gracias a su insistencia, la policía detuvo a un tal Sergio Rafael Barraza, el exnovio de Rubí, quien confesó que la había matado y quemado después, indicando a los agentes el lugar donde se encontraba el cadáver. Pese a todo, el convicto solo pasó unos meses en prisión. El 29 de abril de 2010 fue puesto en libertad por 'falta de pruebas'."

El mismo runrún atraviesa ese monumento a México que es 2666, con el que tanto se mete Espada y cuyo tema no son "las muertas de Juárez", sino la muerte misma, sin solución ni resolución. Y el mismo runrún sonó –¡oh, sí!– en aquellas conferencias memorables del propio Espada (su cena con Gobernación: "los funcionarios no saben ni quién mata ni quién muere"; el robo de nuestra muchacha: "perdóname, pero yo no podría vivir en un país así").

"Así", el meollo del runrún. El runrún, no poder confiar en la policía porque nunca se sabe quién es quién ni a quién sirve, como en los mejores relojes suizos de Sciacia. El runrún, la total y absoluta –total y absoluta– indefensión ciudadana que provoca la impunidad. El runrún, no saber nunca (¿guerra, narcoterrorismo, mafia, ¡crimen de pareja!?) El runrún, que quien quiere saber muere (el último hoy mismo; él, su mujer y su hijo). El runrún, ese rostro inclinado al pasmo del presidente Calderón, como si la cosa fuera con el vecino del quinto.

El runrún. Que algo está muy podrido en un país cuando a un ciudadano que ejerce su deber y su derecho se le llama héroe. El runrún. Que esto es una democracia precaria. Y si no, que bajen Manué, Pericles y Alexis de Tocqueville.

viernes, 17 de junio de 2011

el caso Santos

Mi hija se despertó anoche, afiebrada, a la misma hora mexicana en que moría mi padre hace seis meses. Es una asociación irracional, pura casualidad, pero de alguna manera tengo que empezar a hablar de él.

Los padres, el gran tema. ¿El único? Sobre él me interesa todo, hasta esa escena del Último tango de la que pocos recuerdan el telón de fondo: la familia. Por eso disfruté tanto el descubrimiento (merci, Montano) de esas joyas sobre los Panero, cuyas peripecias había seguido por otras razones.

En el caso Santos no hay malditos ni figura autoritaria ni malos tratos, al contrario: mi padre, un manojo de nervios, sí, era también un ser inteligente, generoso y jovial que me enseñó a disfrutar la vida como él nunca pudo, supo, quiso hacerlo. El porqué lo sospecho pero no me atrevo a desgranarlo. O quizá será siempre un misterio cómo semejante materia prima acabó en una sucesión de días grises llenos de errores, con alegrías esporádicas que él celebraba demasiado. Tendría que remontarme tal vez al momento en que mi bisabuela concibió a mi abuela del señorito, veinte años menor, de la casa donde servía. Y de ahí seguir el rastro de silencios, miseria y ropas negras de la España que ya no existe. "Toda su vida fue un infeliz", repetía su única hermana, entera de dolor, ante el cuerpo presente. ¿Sí lo fue? En su muerte desde luego. Durante doce horas, los ronquidos de su cuerpo consumido resonaron en el silencio de la segunda planta: lamentos de miedo y de rabia, más que de dolor, imposibles de acallar con toda la morfina del mundo.

Una muerte injusta, como la del niño que pisó una mina. El daño colateral de una vida equivocada.